Con la aparición del “nuevo capitalismo”, la concepción del trabajo ha cambiado de manera radical. Lo que era una rutina estable, una carrera predecible en una empresa a la que se era leal y que a cambio ofrecía un puesto de trabajo estable, ahora los trabajadores se enfrentan a un mercado laboral flexible, empresas estructuralmente dinámicas con periódicos e imprevisibles reajustes de plantilla, a exigencias de movilidad absoluta. En este ámbito laboral nuevo, de transitoriedad, innovación y proyectos a corto plazo, propicia una economía más dinámica, pero puede afectar profundamente, atacando las nociones de permanencia, confianza en los otros, integridad y compromiso.
El capitalismo flexible ataca las formas rígidas de la burocracia y los males de la rutina ciega, pidiendo a los trabajadores un comportamiento ágil.
El carácter se centra en particular en el aspecto duradero de nuestra experiencia emocional. Se expresa por la lealtad y el compromiso mutuo, bien a través de la búsqueda de objetivos a largo plazo o por la práctica de postergar la gratificación en función de un objetivo futuro. El carácter se relaciona con los rasgos personales que valoramos en nosotros mismos y por los que queremos ser valorados. Sobrevivir en la moderna economía lanza a la deriva la vida interior y emocional.
La fuente de avidez de cambio es el capital impaciente, el deseo de un rendimiento rápido. Un ejemplo, es las empresas que han subcontratado con pequeñas empresas o individuos empleados con contratos a corto plazo, mediante empresas de trabajo temporal, muchas tareas que antes se hacían desde dentro. En gran parte han desaparecido las garantías del Estado del bienestar y de las empresas a gran escala, que junto con unos sindicatos fuertes produjeron una era de relativa estabilidad.
Las modernas redes institucionales están marcadas por “la fuerza de los vínculos débiles”, con lo que las formas fugaces de asociación son más útiles que las conexiones a largo plazo, y que los lazos sociales sólidos, como la lealtad, han dejado de ser convincentes. La lealtad institucional es una trampa en una economía en la que los conceptos comerciales, el diseño de los productos, el espionaje de los competidores, el equipo de capital y toda clase de conocimientos tienen unos periodos de vida verdaderos muchos más breves. Para hacer frente a las realidades actuales, el despego y la cooperación superficial son una armadura mejor que el comportamiento basado en los valores de lealtad y servicio.
La destrucción creativa, el pensamiento empresarial, requiere gente que se sienta cómoda sin calcular las consecuencias del cambio, o gente que no sepa que ocurrirá a continuación. La mayoría no se siente tranquila con los cambios que se producen de esta manera despreocupada y negligente.
Las especiales características del tiempo en el neocapitalismo han creado un conflicto entre carácter y experiencia.
A lo largo de la mayor parte de la historia humana, la gente ha aceptado que la vida cambia de repente por las guerras, las hambrunas y otras catástrofes, y para sobrevivir hay que improvisar. Lo que hoy tiene de particular la incertidumbre es que existe sin la amenaza de un desastre histórico, está integrada en las prácticas de un capitalismo vigoroso. La inestabilidad es algo normal, y la corrosión del carácter inevitable.
Smith era plenamente consciente del lado oscuro del mercado, una conciencia que desarrolló especialmente al considerar la organización rutinaria del tiempo en el nuevo sistema económico. La rutina se vuelve autodestructiva, porque los seres humanos pierden el control sobre sus propios esfuerzos. La falta de control sobre el tiempo de trabajo significa la muerte mental de las personas. La industria en la que el fabricante se introduce en el sistema del mercado libre, no hará sino estimular la demanda del producto y conducirá a la creación de empresas cada vez más grandes y con una división del trabajo más compleja. La división del trabajo aplaca los estallidos espontáneos y la rutina reprime la solidaridad. Se produce un progreso material, no moral. En nuestro siglo el fenómeno fue conocido con el nombre de “fordismo”.
Taylor creía que la maquinaria y el diseño industrial podían ser terriblemente complejos en una gran empresa, pero que no era necesario que los trabajadores comprendieran esa complejidad, lo que haría más eficiente el trabajo.
En muchos escenarios aparece la rutina como degradante para la persona, como una fuente de ignorancia. Otros autores han demostrado que la productividad mejoraba cuando se trataba a los trabajadores como seres humanos sensibles.
El sistema de poder que acecha en las formas modernas de flexibilidad está compuesto por tres elementos. La reinvención discontinua de las instituciones pero se ha comprobado que los reiterados recortes de plantilla producen menores beneficios y productividad descendente. La especialización flexible que trata de conseguir productos más variados cada vez más rápidos, antítesis del Fordismo, reemplaza la cadena de montaje por islotes de producción especializada. Centralización de poder sin centralización de poder, el control puede ejercerse fijando objetivos de producción o de beneficios para una amplia variedad de grupos de la organización, y cada unidad tiene la libertad de alcanzarlos como le parezca conveniente, lo cual es engañoso porque las unidades son presionadas para que produzcan o ganen mucho más de lo que está dentro de su capacidad inmediata. Los empleados que tratan de jugar de acuerdo con esta reglas se les corroe el carácter.
La programación flexible del horario es más un beneficio otorgado a empleados privilegiados que un derecho de los trabajadores. El trabajo está descentralizado desde el punto de vista físico, pero el poder ejercido sobre los trabajadores es más directo, ejemplo es el teletrabajo.
La falta de apego a tareas particulares y la confusión sobre la posición social junto a la indiferencia de muchos trabajadores provoca en estos una identidad laboral débil. La experiencia en el trabajo aún aparece intensamente personal. Cuando reducimos la dificultad y la resistencia, creamos las condiciones para una actividad acrítica e indiferente por parte de los usuarios. Los trabajadores supuestamente no calificados despliegan toda clase de apyitudes improvisadas para que el negocio siga en marcha cuando se enfrentan a una crisis mecánica.
En muchas circunstancias diferentes, asumir el riesgo puede ser una fuerte prueba de carácter. Vivir en continuo estado de vulnerabilidad, es el riesgo cotidiano de la empresa flexible. Prestamos excesiva atención a los sucesos de baja probabilidad acompañados de un gran dramatismo, y pasamos por alto los hechos que ocurren de manera rutinaria. El riesgo es moverse de una posición a otra. Una persona que se presenta a un nuevo empleador o grupo de trabajo tiene que ser atractiva y estar disponible. La gente que se arriesga a moverse en organizaciones flexibles suele tener poca información fiable sobre lo que conlleva una nueva posición, sólo retrospectivamente se da cuenta de que ha tomado decisiones equivocadas. Son movimientos ambiguamente laterales. Es inútil intentar tomar decisiones racionales sobre el futuro en una empresa basándose en su estructura actual cuando permanece en continuo estado de flujo interno. El riesgo sería menos descorazonador si fuera posible calcular ganancias y pérdidas de una manera racional, hacer el riesgo legible. El riesgo avanza de una manera más elemental llevado por el miedo a dejar de actuar, la gente pasiva se marchita. El riesgo es una prueba de carácter, lo importante es hacer el esfuerzo, aprovechar la oportunidad.
El nuevo régimen se centra en la capacidad inmediata, nuestra experiencia parece una cita pasada de moda, lo que pone en peligro la percepción de nuestra propia valoración a través del paso inexorable de los años.
La ética del trabajo, tal y como la entendemos, reafirma el uso disciplinado del tiempo y el valor de la gratificación postergada. Para que una persona pueda practicar la postergación necesita de unas instituciones suficientemente estables, perdiendo su valor en las rápidamente cambiantes. La ética del trabajo es la palestra en la cual la profundidad de la experiencia se ve más desafiada hoy día. Trabajo en equipo es la ética del trabajo que conviene a una economía política flexible, mientras la antigua ética se fundaba en el uso autodisciplinado del propio tiempo, con el acento puesto en una práctica autoimpuesta y voluntaria más que en una sumisión meramente pasiva a los horarios y rutina.
El trabajo en equipo hace hincapié en la receptividad mutua más que en la validación personal. El tiempo de los equipos es flexible y orientado hacia tareas específicas a corto plazo más que el cálculo de décadas marcadas por la contención y la espera. El trabajo en equipo nos introduce en ese dominio de la superficialidad degradante que se cierne sobre el moderno lugar de trabajo. Los grupos tienden a seguir unidos manteniéndose en la superficie de las cosas; la superficialidad compartida mantiene unida a la gente gracias a la omisión de cuestiones personales difíciles, divisorias. El trabajo en equipo podría parecer otro ejemplo de los vínculos de conformidad del grupo. El jefe de éste se comporta como uno igual más, su trabajo consiste en facilitar una solución entre el grupo y mediar entre cliente y grupo. La autoridad desaparece. L a economía actual pone el acento en el rendimiento inmediato y a corto plazo, en los resultados finales, aunque la competición individual puede destrozar el rendimiento de un grupo.
El concepto de equipo justificaba el trabajo flexible como una manera de desarrollar las capacidades individuales. La empresa afirmaba que todos los miembros asociados recibirían formación en diversas funciones, y las ejecutarían, lo que aumentaría su valor para el equipo y la empresa y aumentaría su propio sentido de autoestima. Nos encontraríamos en una cultura de cooperación mediante símbolos igualitarios. La conversación directa sobre demandas de aumento de salario o menor presión para fomentar la productividad se veía como falta de disposición a cooperar del empleado. Compromisos compartidos más profundos y sentimientos como la lealtad y la confianza requerirían más tiempo, y por esa misma razón no serían tan manipulables. El poder sin autoridad ha hecho surgir un nuevo tipo caracterológico, el hombre irónico, consecuencia de vivir en un tiempo flexible, sin criterios de autoridad o responsabilidad, ya que los términos en que se describe están sujetos al cambio.
El tamaño cada vez menor de la élite hace que el éxito sea más difícil de alcanzar. El prestigio en el trabajo se consigue siendo algo más que un “par de manos”. La persona que se dedica al ejercicio de una profesión se plantea propósitos a largo plazo, criterios de comportamiento profesional, y un sentido de la responsabilidad para su conducta. Profesionales altamente cualificados en una empresa paternalista tratados ahora con una consideración no mayor que la que se da a los empleados administrativos inferiores o a los porteros. La vulnerabilidad se ve agravada en las carreras de hoy día. Hacer frente al fracaso, saca un sentido del profesional en relación con su propio carácter. La dirección de la empresa comienza a traicionar a los profesionales. El despido ya no es el hecho clave. El momento clave se convierte en responsabilidad personal; ser un ejecutivo venido a menos significa descubrir que uno no es una persona tan buena como pensaba que era, y luego, terminar sin saber quien eres. Un sentido más amplio de comunidad, y un sentido más pleno de carácter, es lo que necesita el número creciente de personas que, en el capitalismo moderno, están condenadas al fracaso.
Las empresas modernas gustan de presentarse como liberadas de las exigencias del lugar (globalización). El lugar tiene un poder, y es posible que imponga restricciones a la nueva economía. El lugar es geografía, una localización de la política; la comunidad evoca las dimensiones sociales y personales del lugar. Un lugar se vuelve comunidad cuando la gente utiliza el pronombre “nosotros”. Requiere un apogeo personal, no geográfico.
Una de las consecuencias no deliberadas del capitalismo moderno es que ha reforzado el valor del lugar y ha despertado un deseo de comunidad. Todas las condiciones emocionales que hemos explorado en el lugar de trabajo animan ese deseo: las incertidumbres de la flexibilidad, la ausencia de confianza y compromiso con raíces profundas, la superficialidad del trabajo en equipo, y sobre todo, el fantasma de no conseguir nada de uno mismo en el mundo, de “hacerse una vida” mediante el trabajo. Todas estas situaciones impulsan a la gente a buscar otra escena de cariño y profundidad. La palabra “nosotros” se ha vuelto un acto de protección. El deseo de comunidad es defensivo, y a menudo se presenta como rechazo a los inmigrantes y las personas de fuera.
El vínculo social surge básicamente de un sensación de dependencia mutua. El ataque a la rígida jerarquía burocrática tiende a liberar estructuralmente a la gente de la dependencia. Se supone que arriesgarse es estimular la autoafirmación más que someterse a lo que viene dado. Aunque ninguno de estos repudios de la dependencia promueve vínculos fuertes que ayuden a compartir.
Un fracaso repentino es la experiencia que hace que las personas reconozcan que a largo plazo no son autosuficientes. Se habla del fracaso sin culpa ni vergüenza. El logro es haber llegado a un estado en el cual los profesionales no se avergüenzan de su necesidad mutua ni de su incapacidad. La vergüenza de ser dependiente tiene una consecuencia práctica, ya que erosiona la confianza y el compromiso mutuos, y la falta de estos vínculos sociales amenaza el funcionamiento de cualquier empresa colectiva.
Cuanto más vergonzosa sea la sensación de dependencia y limitación, más se tenderá a sentir la rabia del humillado. Restituir la fe en los demás es un acto reflexivo; requiere menos miedo a la vulnerabilidad propia. Las organizaciones que celebran la independencia y la autonomía, pueden suscitar esa sensación de vulnerabilidad. Y las estructuras sociales que no fomentan de un modo positivo la confianza en los otros en momentos de crisis infunden la más neutra y vacía falta de confianza.
El trabajo en equipo no admite diferencias de privilegio o poder, y, en consecuencia, es débil como forma de comunidad. Todos los miembros del equipo de trabajo se supone que comparten una motivación común, y precisamente esa suposición debilita la comunicación real. Los vínculos fuertes entre la gente implican un compromiso con sus diferencias por encima del tiempo. Para ser fiables debemos sentirnos necesitados.
La indiferencia del viejo capitalismo de clase era crudamente material. La indiferencia que irradia el capitalismo flexible es más personal porque el sistema mismo está menos marcado, es menos legible en su forma. Un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo se legitimidad.